A pesar de que me encanta viajar y de que en 2 horas de avión te plantas allí desde el aeropuerto de Valencia, nunca había estado en Marruecos. Tampoco en ningún país de África. Era una especie de asignatura pendiente que sabía que no tardaría mucho en despachar.
Después de pasar unos días en Marrakech pusimos rumbo al Atlas, en concreto a un pueblo de la montaña llamado Imlil que está a 1.800 metros de altura y desde donde parten las expediciones hacia la cima del Toubkal, el pico más alto de África del Norte con 4.167 metros. Nosotros no hicimos esta ruta, nuestra intención era conocer alguna zona rural y de paso descansar un poco del alboroto de motos y multitudes que es la Medina de Marrakech.

Allí es donde comienza nuestro aventura por carretera en dirección a la costa, concretamente a Esauira. Para eso teníamos que volver a Marrakech y allí coger un autobús que nos llevaría a nuestro destino. Era viernes. Nos levantamos temprano para desayunar tranquilamente en el riad y bajar a la entrada del pueblo a buscar un grand taxi. Los grand taxis son una de las opciones que tienes cuando quieres viajar de una ciudad marroquí a otra . Tienen sus desventajas, ya que son más caros que el bus y tienes que compartirlos con otros viajeros a no ser que decidas pagar las 6 plazas que tienen, pero nosotros no teníamos otra opción ya que no existe servicio de autobús entre Imlil y Marrakech.
Lo primero fue pactar un precio con el conductor. Sabíamos que los taxistas te suelen pedir una cantidad muy por encima de lo que deberías pagar. De todas formas si pagaras la cantidad que el taxista te pide sin rechistar, estarías pagando mucho menos de lo que te suele cobrar un taxi en España. Una vez llegados a un acuerdo salimos hacia Marrakech. En principio éramos solo nosotros 2 en el grand taxi, pero a medida que íbamos avanzando por diferentes pueblos el taxista se encargó de que el número de pasajeros fuera aumentando.

La carretera pasaba entre montañas y a veces era solo una pista por donde no cabían 2 coches en paralelo. Para incrementar la emoción, el taxista parecía que tenía bastante prisa en llegar a Marrakech y solo ralentizaba la marcha para intentar conseguir más clientes y abarrotar el vehículo de gente. Adelantaba por donde quería independientemente de las señales de tráfico y de los otros usuarios de la carretera que casualmente venían en sentido contrario a nuestro coche. Otro ingrediente que nos incitaba a rezar a pesar de no ser creyentes era que en los taxis no era obligatorio utilizar cinturones de seguridad y por lo tanto ni siquiera existían.
Un par de horas después estábamos milagrosamente en la estación de autobuses de Marrakech. Se supone que no salía ningún bus con dirección a Esauira hasta las 3 de la tarde. Alguien se acercó a nosotros y nos dijo que si íbamos a Esauira que nos diéramos prisa porque el autobús estaba a punto de partir pero, ¡eran todavía las 12!. Nos apresuramos a comprar los billetes y montamos rápidamente. Era cierto y se dirigía a nuestro destino, pero no era la misma compañía que nosotros pensábamos utilizar.

Al cabo de un rato nos dimos cuenta de que éramos los únicos turistas en el bus. Eso no suponía un problema para nosotros en ningún caso, incluso era más interesante. El problema fue que esta compañía de autobuses realiza todas las paradas posibles entre las Marrakech y Esauira. Incluso si alguien va caminando por la carretera y quiere subir, el autobús reduce la velocidad y la persona en cuestión sube de un salto. Lo mismo sucede cuando alguien quiere apearse. A parte de esto también hay que decir que el aire acondicionado no funcionaba y hacía bastante calor. De todas formas disfrutamos del árido paisaje y de los pueblos remotos por los que pasamos.
En consecuencia, un viaje en bus que se supone que dura alrededor de 3 horas nos costó algo más de 4. Habíamos salido a las 10 de la mañana de Imlil y llegábamos pasadas las 4 de la tarde a Esauira. Nada que ver que ver con esos largos viajes por carretera que duran varios días, pero no estuvo mal para una pareja de españoles que estaban deseosos de correr aventuras por el norte de África. Sin duda una anécdota más para recordar.